Vigilancia: actitud de fe y esperanza

Esta advertencia nos sitúa en un contexto de espera activa, no solo para recordar su nacimiento en Belén, sino también para prepararnos para su retorno glorioso al final de los tiempos.

Jesús utiliza la comparación con los días de Noé para ilustrar su mensaje:
«En los días de Noé, antes del diluvio, la gente comía, bebía, se casaba… y no supieron lo que sucedería hasta que llegó el diluvio y se los llevó a todos» (Mt 24, 38-39).

Esta imagen nos recuerda la facilidad con la que podemos distraernos en la rutina de la vida, olvidando el propósito final de nuestra existencia: estar en comunión con Dios. Vigilar, en este sentido, no significa vivir con miedo o ansiedad, sino con una esperanza activa que transforme nuestra vida diaria en un testimonio de amor y fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que:
«El Adviento nos prepara para acoger al Señor que viene. Su venida exige la vigilancia que es, sobre todo, oración y conversión» (CIC 524).

Vigilancia Espiritual en la Vida Cotidiana

La vigilancia espiritual implica estar atentos a la presencia de Dios en lo ordinario y prepararnos para su llegada en tres dimensiones:

1. En la Palabra y los Sacramentos: La escucha atenta del Evangelio y la participación en la Eucaristía son formas concretas de mantenernos despiertos. ¿Estamos reservando un tiempo para escuchar su voz?
2. En el Amor al Prójimo: La vigilancia también nos llama a identificar las necesidades de los demás. Cristo está presente en los pobres, los enfermos y los marginados. ¿Cómo estamos respondiendo a su presencia?
3. En la Conversión Personal: El Adviento es un momento para examinar nuestra vida y alejarnos de todo aquello que nos aparta de Dios. ¿Qué debemos corregir para estar listos?